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Una historia real que nos invita a repensar cómo acompañamos a nuestros hijos en el deporte

Hace poco nos invitaron a acompañar la clausura de un torneo infantil en Medellín. Un evento lleno de emoción, niños felices, colores, bulla, música y… algo que me quedó muy grabado:
un padre, una bengala rosa encendida y un niño de apenas 4 años.

La escena parecía alegre: el padre sonreía orgulloso, levantando el humo con entusiasmo, como si estuviera en la salida de un estadio profesional. Me lo imagino pensando:
«Hoy mi hijo va a sentir lo que es ser un futbolista de verdad.»

Y puede que ese fuera su propósito.
Pero el efecto fue otro.

📸 En la foto, mientras él celebra su show, al fondo se ven varios niños. Uno se tapa los oídos. Otro, la nariz. Hay miedo en sus rostros. Incomodidad. Confusión.

Y entonces me pregunto:
¿Estamos queriendo que nuestros hijos vivan nuestras emociones… o que vivan las suyas?

🎯 Un niño de 4 años no quiere un estadio. Quiere jugar.

A esa edad, lo único que cabe en su mente es correr tras un balón, compartir con sus amigos, gritar “¡gol!” sin importar en qué arco.
No sueñan con hinchadas, ni contratos, ni cámaras.
Sueñan con divertirse. Con jugar.

Pero en ese evento vi algo preocupante:
Bubucelas, bombas, gritos, instrucciones como “¡pateá duro!” o “¡apuntale al arco!”.
Niños de 4 años, presionados como si fueran profesionales.
Y la pregunta vuelve:
¿Qué está buscando el niño? ¿Y qué está buscando el padre?

👁️‍🗨️ El problema no es la pasión. Es la desconexión con la realidad.

Estoy seguro de que ese papá quería lo mejor para su hijo.
Pero no se dio cuenta de algo: los niños no tienen las herramientas emocionales ni cognitivas para procesar ese tipo de ambiente.
No entienden la lógica del espectáculo. No saben qué es el rendimiento.
Lo que sí sienten es el miedo, el ruido, la ansiedad…
Y en silencio, van perdiendo las ganas.

Lo vemos todos los días: niños que renuncian al deporte no porque no les guste, sino porque el deporte ya no se siente como un juego. Se convirtió en exigencia. En presión. En gritos. En querer cumplir los sueños de otro.

🧠 Acompañar no es dirigir. Es comprender el momento en el que están.

Un niño de 4 años está aprendiendo a caminar con confianza, a mantener el equilibrio sobre un pie, a descubrir el mundo.
¿De verdad necesitamos gritarle desde la tribuna como si jugara una final?
¿O prenderle una bengala como si fuera la estrella del fútbol profesional?

🌱 La verdadera salida triunfal es sentirse amado, no aplaudido.

La invitación no es a apagar la pasión.
Es a encender la conciencia.

🎓 En The Players Academy creemos que el deporte es una herramienta maravillosa, pero que solo transforma si entendemos las etapas, si respetamos los procesos, y si formamos primero al ser humano antes que al atleta.

Queremos niños que amen el deporte, no que huyan de él.
Y para eso, necesitamos padres presentes, sí…
Pero también padres conscientes.

🙌 Reflexión final:

A ese padre de la bengala, le diría:
Gracias por estar ahí. Gracias por amar tanto a tu hijo. Pero escúchalo. Obsérvalo. Acompáñalo desde su edad, no desde tu expectativa.

Y a todos los demás, les dejo esta pregunta:

¿Estamos acompañando a nuestros hijos en su proceso… o estamos arrastrándolos al nuestro?

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Porque el verdadero partido no se gana con bengalas.
Se gana cuando un niño dice con una sonrisa:
«¡Quiero volver a jugar!»

Por: Juanesgomez – The Players Academy


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